domingo, 17 de abril de 2011

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Amante de las escenas picantes, llegó como todos los días con su acostumbrada puntualidad. Eran las dos  de la tarde. Se saludaron, y después de lavarse las manos, el camarero le sirvió en su mesa preferida los platos pactados el día anterior y que hoy, acordarían para el siguiente. Sobre la mesa un plato de ensalada y otro de carne guarnicionada con patatas y salsa. En la primera toma de contacto entre el tenedor y su boca, ninguna sorpresa, todo parecía controlado. Siguió con la carne y alternando la espectacular ensalada que todita se podía comer con los ojos… Comenzó a sentir en algunos puntos de la lengua un calor que iba incrementando su sed. Siguió flirteando con el tenedor entre ensalada y carne, soportando el efecto acumulativo de calor y ligero dolor de garganta. Llevaba algo más que media ración de menú, cuando se sintió hipnotizado en el acto de comer, claras e inequívocas señales, intenso picor, boca abierta y ojos saltones. Terminó con la sensación de ser adicto al placer masoquista de comer. Se acercó el camarero y preguntó si deseaba algo más el señor. El, con el blanco de los ojos sanguinolentos y vidriosos, le contestó, que le sirviera algo de postre en la misma línea que lo anterior.








2 comentarios:

  1. Siempre estuve a la espera de reserar
    en el restaurante de la vida...

    Saludos y un abrazo.

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  2. relato , ciertamente con varios posibles finales..

    y al final , qué comiste ????

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